A Sonia del Carmen Flores le cuesta trabajo acertar con su edad cuando se le pregunta. “Tengo 89 años”, dice totalmente convencida. Sin embargo, su marido, Gerardo Ortega Valenzuela, la corrige al instante y le hace ver que no, que apenas son 79. En esta etapa de la vida, la memoria falla hasta en los aspectos más cotidianos, pero cuando le hago referencia al Invierno del 2000, el relato es nítido y preciso, como si ese campeonato de Monarcas hubiera sucedido ayer y no hace 25 años.
En esta casa, en la que nos encontramos, hay símbolos rojiamarillos por todas partes. En las paredes de la sala están colgadas las fotografías y cuadros del recuerdo que nos remontan a aquella época cuando la pareja de adultos mayores comandaba la Porra Furia Morelia que seguía al equipo tanto de local como de visitante.
También hay un mural con el viejo escudo del Atlético Morelia, tambores que acompañaban la batucada de aliento en las gradas de los estadios, playeras de todas las etapas, bufandas, reconocimientos entregados por las diferentes directivas y hasta un nieto de 11 años que se sabe la historia del club como si formara parte de su plan de estudios de Educación Básica.
Aquel 16 de diciembre del 2000, Sonia y Gerardo se convirtieron en organizadores de una parte de los autobuses que viajó desde la capital michoacana a la cancha del Nemesio Diez para presenciar la final de vuelta del torneo de Liga entre Monarcas y Toluca.
“El ánimo era que íbamos a ser campeones, sabíamos que teníamos equipo”, comienza su relato Sonia mientras sostiene una foto donde aparecen todos los miembros de la porra posando con la Fuente de las Tarascas como marco de fondo.

Pese a que el conjunto michoacano llegaba con una ventaja de dos goles (3-1) en el marcador global, en el primer tiempo Toluca emparejó rápidamente el marcador con un par de anotaciones que cayeron como balde de agua fría. Y ahí sí, reconoce Gerardo, apareció un nerviosismo que no se le desea a nadie y que trataban de disimular con gritos y arengas.
“Para nosotros fue una sorpresa que nos empataran allá porque fuimos a Toluca siendo campeones prácticamente, pero la sorpresa nos la dieron y todos quedamos con la duda de qué era lo que iba a pasar. Sin embargo, yo llevaba la creencia de que sí íbamos a levantar la copa porque teníamos mejor equipo, esa es la realidad”, reflexiona Gerardo.
El dramatismo se asentó cuando la final tuvo que decidirse por la vía de los penales. En esa instancia, fallaron los futbolistas de los que se creían que eran una garantía: del lado de Toluca, lo hizo Antonio Naelson Sinha, José Saturdino Cardozo y Adrián García Arias; por parte de Monarcas, erró Javier “Pastor” Lozano y Alex Fernandes.
Cuando llegó el momento de que Heriberto Ramón Morales cobrara el último penal y el de la gloria, el cuerpo de Sonia no resistió más. Relata que vio entrar la pelota a la portería y todavía alcanzó a soltar un “somos campeones”. Pero después de eso, las luces se le apagaron. Se había desmayado y hasta el día de hoy, desconoce si fue el impacto emocional, los nervios, la presión alta o todo junto.
“La verdad es que no me acuerdo, ya luego me dijeron que los niños fueron a buscar a mi marido para decirle que yo me había desmayado, pero él estaba tocando los tambores y pensaba que ellos también estaban celebrando el campeonato”.

Un traslado de Toluca a Morelia implica aproximadamente unas tres horas, pero esa tarde, Sonia y Gerardo comparten que les llevó más de cinco horas llegar a la capital. Y es que la euforia que se vivía no solo era al interior de los autobuses, sino en las casetas y a las orillas de la carretera con la gente que salía para ondear sus banderas.
“En una de esas casetas nos estaba esperando la prensa y entonces llegaron a preguntarme cómo me sentía, yo solo les dije que estaba más feliz que cuando tuve a mi primer hijo”, confiesa entre risas Sonia para luego arrepentirse y aclarar que son alegrías diferentes.
A más de dos décadas de aquel campeonato, Gerardo expresa que trata de vivir el futbol y seguir al equipo actual como lo hacía en los tiempos de los viejos Canarios. Más allá de motes, directivas y propietarios, añade que no dejará de ir al estadio ni habrá manera de que su sentimiento cambie.
En contraparte, Sonia suaviza la voz, sonríe y reflexiona que 25 años no son nada porque ese día lo sigue teniendo muy presente, ya sea a través de videos o con las memorias internas que almacena con delicadeza. Sin importar lo que pase en el futuro, dice que tiene una certeza: “Me voy a morir con ese recuerdo, con esa alegría que nadie nos va a quitar”.