Si hay una cosa con la que sueñan todos los futbolistas además del día de su debut en primera división, es lograr salir campeones. Antonio González Arias lo hizo en su primer año con Monarcas Morelia y ese triunfo traspasó lo individual para convertirse en el orgullo de todo un pueblo: Maravatío.
A 25 años de aquel título conseguido en la cancha de Toluca durante la temporada Invierno 2000, esta localidad que se ubica al noroeste de Michoacán no ha vuelto a tener a uno de los suyos jugando en el máximo circuito del futbol mexicano ni mucho menos levantando un trofeo.
Tras la hazaña rojiamarilla y al abordar el autobús que los regresaría a Morelia, el ahora exfutbolista y actual entrenador relata en entrevista para Corazón 3.0 que minutos antes ya se les había avisado que a la entrada de Maravatío el pueblo ya los estaba esperando para festejar.
Y así fue. Lo primero que identificó el delantero fue a los vecinos de su barrio, a los amigos de infancia con los que compartió las canchas de tierra, los compañeros del salón de clases y hasta los maestros de la Preparatoria en la que estudió.
“La sensación y vibra en el pueblo era muy grande porque nunca antes habían tenido a un jugador que los representara. Pero si a eso le sumamos que en ese tiempo el equipo tenía como patrocinador a Order Express, el cual también es de Maravatío, pues se conjugaron esas dos situaciones”.

El trasladó de Toluca a la capital michoacana se demoró por más de cinco horas. Antonio González bromea al afirmar que ni en los desfiles escolares había pasado tanto tiempo. Sin embargo, no es reclamo, el michoacano recuerda con placer la euforia del entorno y la necesidad que tenía la gente de festejar junto a ellos.
“Cuando nos dicen que en Maravatío nos estaban esperando, yo la verdad no lo creía, pero ya cuando lo ves pues es una gran emoción que la gente te lo reconozca. Ahí entendí que se trataba de algo que había sido muy significativo para el municipio”.
Antes de poder llegar al profesionalismo, Toño tuvo que soportar desmañadas, mala alimentación, carencias económicas y otra serie de sacrificios que lamenta que en la actualidad ya pocos estén dispuestos a hacer por el futbol.
“Todo era por ese sueño que tenía de jugar en primera división. Por mes y medio estuve levantándome todos los días a las 5:30 de la mañana para viajar a Morelia a hacer las pruebas y ver si me quedaba en el equipo. Era regresar a mi casa a las 9 de la noche y al día siguiente hacer lo mismo”.
Como antes el club no contaba con una infraestructura de Fuerzas Básicas, dichas visorías tenían como sede las canchas de la Unidad Deportiva Cuauhtémoc, conocidas popularmente como los campos de Policía y Tránsito.
Ahí, Antonio González tuvo que demostrar día con día que contaba con las habilidades necesarias para formar parte del primer equipo. “Eran canchas feas, no es como hoy que los campos parecen alfombras. Era comer una sola vez al día, no tener para el pasaje, recibir los dos pesos que voluntariamente me pudiera dar la gente del pueblo. Son esos detalles que luego no se conocen”.
Esa generación del 2000 tuvo como principales ídolos y referentes a jugadores como Ángel David Comizzo, Darío Franco, Heriberto Ramón Morales, entre otros. Pero en Maravatío tienen a su propio hijo pródigo, uno que, cada diciembre, no se cansa de compartir su experiencia a quien se lo pregunta.
Ya sean los amigos de antaño o con los más jóvenes, el llamado “Tren de Maravatío” les habla sobre la disciplina, las sensaciones de formar parte de un plantel campeón, del nerviosismo vivido esa tarde en el Nemesio Diez, pero sobre todo de cómo entendió que la recompensa llega en tiempo y forma después de que se paga la factura que viene en forma de sacrificio.