En la calle

Rayo Vallecano, el club que lucha contra el mundo

Por: | 16 octubre, 2025

Al salir de la estación del metro, la Avenida de la Albufera, al sur de la ciudad de Madrid, España, te recibe con carteles y stickers de protesta. Las consignas que se plasman sobre las paredes son variopintas: contra la especulación inmobiliaria y la pirotecnia que altera la paz de las mascotas, a favor de los presos políticos y el feminismo, además de un montón de convocatorias para generar encuentros con sindicatos y organizaciones de izquierda.

Estamos en el territorio de Vallekas, con “k”, porque los pobladores de este barrio así lo fueron decidiendo paulatinamente desde que se anexaron como distrito a la capital española en 1950. La diferenciación que utilizan no solo es ortográfica, sino también ideológica. En estas calles, los vecinos han hecho de la resistencia un sello de identidad con el que buscan no perder su naturaleza con la que se han regido durante décadas.

En el #114 de la avenida, en medio de bares, negocios de comida rápida y casas particulares, se ubica uno de los símbolos más fuertes que engloba la esencia de quienes aquí habitan: el campo del Club Rayo Vallecano. Fundado en 1924, este equipo que, la mayoría del tiempo, navega en la lucha por no descender a la Segunda División, con el paso de los años fue absorbiendo los valores que la misma comunidad le ha ido proporcionando.

Como parte de su libro Rayo Vallecano, un equipo de barrio (2024), el periodista Alejandro Castellón define a Vallekas como “esa aldea gala que resiste, que no se deja engalanar o engatusar por el poder y el mercantilismo coetáneo, y por eso sigue siendo especial a pesar de las enormes dificultades que entraña esa lucha en pleno siglo XXI”.

Detrás de esta postura y catálogo de principios de vida que han ido combinado con la pasión del futbol, en esta zona de la ciudad donde poco les interesa el Real Madrid o el Atlético de Madrid, se ha forjado un concepto tan propio como sencillo: el barrionalismo.

A decir de Alejandro Castellón, esta palabra puede entenderse como el amor por el barrio y que, a su vez, termina traduciéndose en el vallecanismo, es decir, en el orgullo por formar parte de Vallekas. Y en esta simbiosis, queda perfectamente anclado el Rayo Vallecano, ese club de contadas alegrías deportivas, pero de grandes hazañas sociales.

El estado de salud que presenta el estadio en materia de infraestructura es precario. La pintura está desgastada, los pasillos que se encuentran a las afueras de las gradas están atiborrados de basura, polvo y por todos lados se observan pequeñas obras inconclusas. Reinaugurado en 1976 y con apenas una capacidad para 14 mil 708 espectadores, en este lugar han privilegiado que el cemento siga oliendo a historia por encima de la modernización.

Pero la magia del inmueble no está en los bloques arquitectónicos que lo sostienen, sino en lo que proyecta hacia el exterior. “Ama al rayo, odia el racismo”, es lema con el que se le da la bienvenida a los hinchas y a aquellos turistas que se sienten atraídos por la idiosincrasia del club madrileño.

En uno de sus amplios portones, también figura la imagen de Wilfred Agbonavbare, aquel portero nigeriano que defendió la franja del Rayo Vallecano, pero que al mismo tiempo, sostuvo una lucha frontal contra el racismo en la década de los 90´s, cuando en la liga española estaba normalizado que, desde las gradas, se emitieran insultos a jugadores por su color de piel.

La batalla del arquero se ha convertido en uno de los principales estandartes de los Bukaneros, mote con el que se conoce a los hinchas del Rayo Vallecano. Cuando ha habido necesidad de accionar, lo han hecho con éxito, como sucedió en 2017, cuando echaron para atrás el fichaje del futbolista ucraniano, Roman Zozulya, quien era ampliamente conocido por su simpatía con el nazismo.

A ese triunfo, se han sumado otros. En 2011, el club vivía una crisis económica severa, pero gracias a la solidaridad y a la organización colectiva que se tradujo en numerosos actos para recaudar dinero, lograron solventar los salarios de futbolistas y trabajadores, impidiendo de esta manera la desaparición del Rayo Vallecano.

Tres años más tarde, ya con las finanzas más estables, sorprendieron al país y dieron una lección de empatía al decidir donar dinero para salvar del desahucio a una mujer de 85 años del barrio llamada Carmen. Encabezados por el entonces entrenador Paco Jémez, el club abrió un canal de ayuda con el que pagaron el alquiler hasta que la ayuda institucional llegara. “Carmen se queda”, fue la frase que más retumbó por aquellos días en Vallekas.

Pero en estas calles, en las que tampoco están exentos de fenómenos globales como la gentrificación, los hinchas del Rayo de repente también tienen cosas por las que festejar como consecuencia de lo que hicieron sus futbolistas en la cancha. Apenas en mayo pasado, el club logró por primera vez en su historia una clasificación a la Conference League de la UEFA. La proeza se consiguió gracias a los 52 puntos obtenidos en la temporada en la que justamente conmemoraban sus cien años de vida. Dicen que la fiesta se prolongó por varios días, pero que también el triunfo deportivo sirvió para seguir reafirmándose como el pequeño barrio que sigue luchando contra el mundo.

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