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En Tapia conviven el barrendero, el recolector de residuos, el dirigente del ascenso, el de las selecciones nacionales, el vicepresidente del CEAMSE, el estratega, el devoto de la Difunta Correa, el amigo de los campeones del mundo, el presidente del fútbol doméstico, el cuestionado por los arbitrajes y el de los torneos locales más ridículos del mundo. Todo bajo el halo de la tercera estrella. Lleva seis años al frente de la AFA, asumió con el 38 a 38 todavía fresco y sembró poder articulando política, ascenso y fútbol del interior. Mientras muchos —por su origen, por sus formas, por su gestión— lo miran con desdén, hoy su cara está tatuada en los cuerpos que descubrieron, en los días de Qatar, algo parecido a la felicidad.

EL MULTIVERSO TAPIA

DE SAN JUAN A QATAR

Por: | 1 julio, 2023

En el altar de la utilería hay una Virgen María, una Virgen de Luján, una Virgen Desatanudos, un Niño Jesús, una Difunta Correa, un Gauchito Gil, una vela prendida y un rosario. Todo está sobre una mesita de madera que contrasta con los botines personalizados y multicolores y la ropa deportiva prolijamente doblada en los casilleros de cada jugador. Faltan pocos días para que Argentina debute ante Chile en la Copa América de Brasil y el predio de Ezeiza es una gran burbuja sanitaria contra el Covid-19: nadie puede contagiarse. En esa sala, que también es un santuario improvisado de creencias y cábalas, el utilero Juan Cruz Souto acaba de poner un muñequito de Chucky. Un muñequito raído, algo sucio: el jardinero, el sweater rayado, el pelo rubio, la cara cortada y el cuchillo en su mano.

—¿Qué hace esto acá? —pregunta Claudio Tapia cuando lo ve—. Esto da mala suerte.

Juan Cruz le explica que se lo dio su hijo Valentín –al que apodan Chucky porque es inquieto– y le pide que lo deje, que le dé una oportunidad: su hijo, al que no iba a ver durante semanas por la burbuja de aislamiento –otro caso de paternidad en pandemia como el que visibilizó Messi con su eldibunolepudohaceupa–, le había prometido que ese muñequito le iba a traer suerte a la selección.

Tapia duda, pero acepta y va por más: si de verdad les traería suerte y Argentina gana la Copa América, propone que las siete personas que están en esa utilería tomando mate se tatúen a Chucky.

Tres semanas después, Argentina dio la vuelta en el Maracaná y cortó una racha de 28 años sin títulos.

Tapia, ahora, tiene la cara cortada de Chucky tatuada en el muslo de su pierna derecha.

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En el cuerpo de Tapia hay más de once tatuajes. Es un multiverso de líneas, dibujos, símbolos y números que lo definen. Acaso lo sintetizan. Nadie los ve cuando entrega trofeos en una final, cuando se abraza con Messi o cuando lo condecoran por ser “el mejor dirigente del mundo”. Pero están ahí, en otro plano, en una dimensión oculta, casi paralela.

Cada tanto, esa dimensión asoma en portales o en redes sociales por una foto ocasional. El tatuaje que más circuló de Tapia está en su pecho: es el logo de la AFA con una fecha: 29-03-2017, el día en el que asumió como presidente del fútbol argentino. Chatrán, su tatuador, subió la foto a Instagram y, en cuestión de horas, la maquinaria periodística del clickbait hizo lo suyo.

Quienes conocen ese multiverso coinciden en destacar especialmente un tatuaje: el de Maximus, el personaje de Russell Crowe en la película Gladiador. Tapia lo tiene en su bíceps derecho. Más de una vez, en asados o reuniones informales, se comparó a él y a los dirigentes del Ascenso –sus orígenes, sus batallas contra los grandes y sus rivalidades ocasionales– con ese guerrero antiguo.

El casco de metal de Maximus es uno de los objetos que decoran su oficina en el tercer piso de Viamonte 1366, el histórico edificio art decó en el que aún se prohíbe —hasta en el verano más caluroso de la historia— ingresar con pantalones cortos. Cada elemento de la oficina de Tapia describe algún aspecto de su personalidad. O, al menos, lo que autopercibe de su personalidad: los tótems —que representan cierto espíritu de lucha, de negociación y audacia— se mezclan con santos populares, las fotos estridentes, cultura barrial y la música de Ulises Bueno o de Los Manseros Santiagueños.

A Maximus lo acompaña un muñeco de Chucky —uno más grande que el de la promesa— y otros dos de la serie Vikingos: Ragnar y Floki, a los que también tiene trazados en el multiverso tatuado de su cuerpo.

El amigo de los jugadores

En el entorno de Tapia existe una teoría: el Chiqui empezó a ganarse definitivamente a la Selección y la Selección empezó a ganar el Mundial de Qatar el 2 de julio de 2019, luego de perder la semifinal de la Copa América contra Brasil y de que Messi denunciara a la Conmebol por corrupción. Esa semana, la AFA publicó una incendiaria carta en sintonía con las quejas del capitán sobre los fallos arbitrales. Estaba firmada por Tapia, pero la había escrito su ladero, Pablo Toviggino. “Se inmoló por Messi”, recuerdan ahora algunos dirigentes.

La Conmebol de Alejandro Domínguez no dudó en remover a Tapia del cargo que tenía en el Consejo de la FIFA. Domínguez, miembro de una de las familias más poderosas de Paraguay y amigo de negocios de Macri, le declaró una guerra fría que duró dos años y que recién empezó a entibiarse cuando Argentina se trajo la Copa del Maracaná.

Hoy, después del mundial de Qatar, la situación está invertida: Domínguez necesita más a Tapia que Tapia a Domínguez. En su misión por impulsar la candidatura conjunta de Sudamérica para el Mundial 2030, a 100 años del de Uruguay, la Conmebol encontró en la selección argentina —la épica final contra Francia, el idilio por Messi, la liturgia de su hinchada— otro argumento sólido para convencer a las distintas federaciones de la FIFA. Será cuestión de ganar casilleros en el tablero de votos que hasta no hace mucho derivaron en escándalos. Tapia, mientras tanto, recupera cargos y disfruta de honorarios de representación que rondan los 20 mil dólares.

Con aquella carta, Tapia los había perdido —los cargos y los dólares—, pero logró parar a Messi de su lado y afianzar un grupo que empezaba a responderle y sentirse a gusto con un técnico novel como Lionel Scaloni. Lo que en 2019 fue leído como una irresponsabilidad, en 2023 se lee como la piedra fundacional de la Scaloneta y el muchachos, ahora nos volvimos a ilusionar.

Hay otra teoría: que la simbiosis con Messi empezó a germinar en 2015, cuando Tapia —único dirigente que acompañaba al plantel en la Copa América de Chile en medio del escándalo del Fifagate y de una AFA descontrolada después del 38 a 38— llegó a pagar los hoteles con su tarjeta de crédito personal. En el más alto nivel profesional, la organización y logística era autogestiva: Agüero y Messi pagaban vuelos chárter y el entrenador, Gerardo Martino, las cenas del plantel.

En esos días de caos se fue forjando lo que el periodista Andrés Burgo definió como el “presidente jugadorista” y lo que algunos dirigentes —incluso de su círculo cercano— ilustraron con algo menos de narrativa: “Es un chupamedias de los jugadores”, asegura uno. “Eso, que hubiese sido un problema si todo iba mal, terminó siendo un aspecto positivo”, dice otro. La comparación con Julio Grondona, siempre esquivo a la centralidad en las fotos, es inevitable.

Los mates, las cenas con Messi, Di María y Paredes en sus departamentos de Europa o con otros jugadores en restaurantes de moda como Roldán, el grupo de Whatsapp compartido y hasta el campeonato de truco con el plantel en las concentraciones tienen su outfit, un estilo de ropa para esas ocasiones. Hace algunos años, cuando Tapia y Tinelli compartían una conducción paralela, uno como presidente de la AFA y otro de la Liga Profesional, el conductor televisivo se indignaba al ver a Tapia vestido como se visten los jugadores. El Chiqui, que sigue comprando camisas en un comercio cercano a Tribunales, también se pone una remera Balenciaga o zapatillas Louis Vuitton. Muchas veces son de canje. Otras, un regalo de los futbolistas que Tapia, lejos de rechazar o guardar, lo toma como un mimo que ayuda a consolidar vínculos.

No es casual que en estos seis años, los dos edificios emblemáticos de la AFA hayan sido rebautizados. El de Viamonte pasó a llamarse Diego Armando Maradona en un homenaje post mortem. El de Ezeiza acaba de cambiar el nombre de Julio Humberto Grondona por el de Lionel Andrés Messi. El ídolo rosarino se lo agradeció en un acto donde Tapia exhibió todo su empoderamiento. Esa foto con la plaqueta que recorrió el país también transmitía un mensaje, una semántica de la ideología: la reivindicación de los jugadores de la Selección como una política que Tapia está dispuesto a seguir desarrollando.

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Lejos de las decoraciones de Pinterest y de los colores pasteles, Tapia impregna sus escritorios, las paredes de los edificios de la AFA y hasta las habitaciones donde duermen futbolistas con un estilo sin sutilezas. El día de la fiesta en el Monumental contra Panamá hasta lo publicitó: la primera gigantografía colgada en el pasillo que llevaba al vestuario de los campeones era la de la Copa del Mundo. La segunda, la de él. Después venía la de Messi, la del Dibu y la de los demás futbolistas.

Eso mismo —¿un incipiente culto a la personalidad autoerigido?— el Chiqui lo trasladó a Vallecito, el pueblito donde se encuentra el oratorio de la Difunta Correa. En ese espacio de espiritualidad y devoción popular, las ofrendas se acumulan y dibujan un paisaje imponente que se complementa con el natural. Hay muchas salas con vestidos de novia, chapas de autos, casas de muñecas. En una de esas salas —atiborrada de trofeos, banderines, camisetas de clubes y de la Selección— cuelga la 10 de Messi autografiada. Está en un mueble bajo llave y la acompaña una foto del capitán con un epígrafe: Camiseta de Lionel Messi traída por Chiqui Tapia presidente de la AFA.

Antes de tatuarse en el pecho el día en que arrancó todo, Tapia subió de rodillas a agradecerle a la Difunta Correa por haberle cumplido su sueño: llegar a la presidencia que durante 35 años talló a mano Grondona. A ese lugar sagrado, en Vallecito, Chiqui vuelve de manera recurrente. Ya llevó la Copa América y la del Mundo. En San Juan, la tierra donde nació, la devoción es su forma de militancia.

Un proyecto nacional

La carta y la calentura luego de esa eliminación ante Brasil en 2019 pueden leerse como parte de una estrategia desplegada ante la debilidad de sus primeros años de mandato. Porque cuando Tapia llegó a la AFA, casi no tenía potestad sobre la liga más importante del país, en ese entonces llamada Superliga y creada justamente para negociar por fuera de una AFA viciada y denostada por la masa crítica de la dirigencia. El clima de época —el fin del Fútbol Para Todos, la promesa de inversiones y lluvia de dólares— ayudó a escindir el poder que durante más de tres décadas Grondona había concentrado y amasado desde su estación de servicio en Crucecita.

Por eso, y porque tenía que demostrar poder y resultados, Tapia se trazó dos objetivos: poner en valor a la Selección y profesionalizar las distintas disciplinas que le habían dejado a su cargo, como el torneo del fútbol femenino, el fútbol playa y el futsal. Lo demás era cuestión de tiempo.

La elección de Scaloni frente a todas las críticas de adentro y de afuera, la reforma y ampliación del predio de Ezeiza, los convenios comerciales en China, India, Bangladesh y Emiratos Árabes, la instalación de un departamento de scouting en Europa para rastrear a 250 jóvenes cuyas familias emigraron del país a principio de siglo forman parte de ese proyecto: el Proyecto de Selecciones Nacionales 2018-2028 del que casi nadie se enteró en su momento, pero del que ahora Tapia suele jactarse.

A ese masterplan también se sumó la sede y academia de la AFA en North Bay Village, Miami, para desarrollar una tarea similar a la de Europa en otra región estratégica, donde se organizará la Copa América 2024 y el Mundial 2026.

—No tiene estudios y quizás no está formado en la universidad, pero Tapia tiene una gran capacidad de escucha. Son pocos las que la tienen. Y lo otro es que apuesta: Scaloni es el ejemplo más conocido. Hay muchos más —se sincera desde Estados Unidos el empresario Horacio Gennari, una de las personas que está detrás de ese desarrollo.

Gennari recibió dos pedidos de Tapia cuando firmaron el convenio para avanzar con la obra: buscar a los hijos de las familias argentinas que se radicaron en Estados Unidos y fortalecer el fútbol femenino nacional en un país donde es potencia. Las dos canchas de 11, las seis de cinco, el gimnasio y la academia estarán destinadas a eso.

El proyecto de Miami, así como el radar europeo o la astucia para postularse a organizar por descarte el Mundial Sub 20 al que Argentina no había clasificado, se cuentan en la lista de méritos. Sin embargo, el Tapia dirigente de las selecciones nacionales, estratega y abrepuertas, que lleva la viveza del barrio a los congresos de la FIFA y la Conmebol, definido por la comunidad tuitera como “Chiqui Patria” y según la consultora Isonomía con una imagen positiva superior a la de los principales candidatos presidenciales, muchas veces no coincide con el Tapia dirigente del fútbol doméstico, cuestionado por los arbitrajes, una improvisación permanente y los torneos más ridículos del mundo: uno de Primera con 28 equipos y otro, el de la Primera Nacional, con 37.

Son dos caras que se verbalizan en las tribunas, se vuelven mensurables en el ánimo de hinchas con características muy diferentes: el show pasteurizado de la Selección contra la pasión irracional de los equipos los fines de semana. Mientras lo condecoran como “el mejor dirigente del mundo” en Luque, la santa sede de la Conmebol, en los estadios argentinos lo insultan o, en su defecto, reparten silbidos y aplausos ante la sola mención o presencia. En esa dualidad permanente, Tapia se siente más a gusto como presidente de la selección argentina que como presidente del fútbol argentino.

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Mientras barría la calle Wenceslao Villafañe, la avenida Almirante Brown hasta el Parque Lezama y la Avenida Martín García, Tapia no imaginaba que alguna vez iba a ser el presidente de la AFA. Mucho menos, el presidente que trajera la tercera copa del mundo al país. Tampoco se lo imaginaba cuando era jugador de Barracas Central y caminaba hasta la cancha desde Luzuriaga y Los Patos, donde vivía con su familia, que había decidido migrar a Buenos Aires en busca de laburo para su padre tintorero.

El Chiqui barrendero repartía su fanatismo entre Boca y Barracas Central, pero su interés pasaba por otro lado: luego de frustrarse como futbolista, de patear las canchas del Ascenso por un viático que no alcanzaba, pasó de barrer a correr con el camión recolector con el mameluco de ManLiBA. En esa empresa se afilió al sindicato de Camioneros y conoció a Paola Moyano, la hija de Hugo y la hermana de Pablo, con la que estuvo casado dos décadas y tuvo cuatro hijos: Emiliano, Nadia, Matías e Iván.

Tapia empezó su recorrido político justamente ahí, cuando su cuñado Pablo le asignó una tarea que al principio parecía un castigo, pero que lo terminó formando: tenía que sumar municipios al sistema de recolección de residuos. La negociación con intendentes del conurbano le dio músculo político y sindical.

Por esos años, un grupo de dirigentes de Barracas Central —que lo conocía de su época como jugador— lo convocó para que los ayudará a sacar al club de la crisis. En 1998, Tapia les dijo que no. Tres años después, les dijo que sí: aceptó durante un partido contra Laferrere. La cercana muerte de su viejo —los recuerdos en la tribuna de esa cancha cuando lo iba a ver en su tiempos como jugador— lo hizo aflojar. Lo conmovió.

El 27 de junio de 2001 Tapia se convirtió en el presidente de Barracas Central. Ese día, quizás, empezó todo lo que es hoy. Lo votaron menos de 150 personas. El club estaba fundido y a punto de descender a la Primera D. Lo gobernó durante 16 años hasta que saltó a la AFA. Ahora, el equipo juega la Liga Profesional y es local en un módico estadio que fue rebautizado con su nombre. El presidente es su hijo Matías y una de las figuras futbolísticas, su hijo menor, Iván.

Por ese origen plebeyo y laburante, por ser marrón y sanjuanino, varios dirigentes lo miraron —y lo siguen mirando— con desdén. El mismo clasismo con el que lo reprueba un sector minoritario de la dirigencia es con el que lo escruta buena parte del periodismo, tanto deportivo como general. La frase que alguna vez salió de la boca de un ex presidente de un club grande circula como un ejemplo sedimentoso de todo eso. “¿Qué querés con esos gordos comeasado que lo único que quieren es ponerse una campera Adidas?”.

Pero a Tapia no solo lo menospreció una parte de la dirigencia deportiva y el periodismo. También un sector mayoritario del funcionariado político.

—Su principal virtud es que esconde lo que sabe. Es inteligente y le divierte que lo subestimen —grafica su ex vocero Daniel Ferreiro.

Desdeñado por Mauricio Macri y por Alberto Fernandez, los dos presidentes que le tocaron desde que asumió, Tapia surfeó varias olas en estos seis años que acaba de cumplir y festejar al frente de la AFA.

Ya casi nadie se acuerda, pero cuando empezó a gestar su presidencia, el papelón de la elección 38-38 entre Luis Segura y Marcelo Tinelli todavía estaba fresco. Después de eso llegó la intervención del comité de regularización que presidía Alberto Pérez y que había dispuesto la FIFA con la anuencia del gobierno de Cambiemos. El grupo que lideraba Tapia, Ascenso Unido, llamaba a Pérez “dictador” y le exigía que convocara a elecciones: el poroteo le daba favorable.

La AFA estaba virtualmente quebrada y no solo lo evidenciaba en los viajes de la Selección. Demoraba el pago a los clubes, reventaba cheques en financieras y no podía salir de la crisis que había acelerado la muerte de Grondona. El interventor Pérez definía a Macri como “su jefe” e intentaba relativizar la gravitación de los clubes de las categorías menores que encabezaba Tapia.

El Chiqui leyó en ese momento que se abría una oportunidad, por más de que algunos de sus actuales laderos llegaron a decirle que a él no le daba la nafta para ser el nuevo jefe del fútbol argentino. Algunos presidentes de clubes importantes lo miraban de costado y buscaban un candidato que perteneciera a la Primera. Tinelli no convencía. Y ante la falta de opciones y el descalabro general, la mayoría se encolumnó detrás de Tapia.

La fórmula con la que Tapia generó aquel consenso puede sintetizarse así: Angelici+Ascenso+Interior. El entonces presidente de Boca, empresario del juego e influyente operador judicial, fue clave para disuadir a Macri y a quienes intentaban incidir desde la Casa Rosada, como Fernando De Andreis o Fernando Marin, propulsores también de las sociedades anónimas en el fútbol, una “batalla cultural” que Tapia ganó en 2018 pero que sabe que volverá a tener que dar en caso de que Juntos por el Cambio gobierne el país desde diciembre de 2023. Sabe que, ahora, la correlación de fuerzas es distinta a la de hace cinco años: con Macri instalado en la FIFA y adelantando que el fútbol argentino necesita aggiornarse, la embestida será mucho más fuerte. Los puentes con el macrismo, sin embargo, no están rotos.

Empujado por la dirigencia del Ascenso que hoy sigue riéndole culto, Tapia sumó otro actor determinante: el fútbol del interior.

Quien le proporcionó esa llegada fue Toviggino, actual tesorero de la AFA e histórico ladero de Tapia. Nacido en Rosario, dueño de campos y más fanático de la equitación que del fútbol, Toviggino es una rara avis dentro de la dirigencia, no solo por su cultivado bajo perfil. Llegó al tercer piso de la AFA —el cenit del poder de la pelota nacional— sin tener una institución como referencia. Fue vicepresidente de Comercio Central Unidos de Santiago del Estero, un club sin sitio web, que no aparece en Wikipedia y que ni siquiera tiene teléfono, pero que le permitió llegar a la conducción de la Liga Santiagueña de Fútbol. Desde allí ayudó a construir la plataforma que llevó a Tapia a la presidencia, y desde allí fortaleció su poder en las provincias hasta llegar a presidir el Consejo Federal de la AFA, de un alcance tan inconmensurable como el territorio argentino: históricamente discriminado por la crema de los clubes grandes y los otros de Primera, incluye 223 ligas, 3.500 clubes y más metros cuadrados que los de la Iglesia Católica.

—Si Tapia es el presidente, Toviggino es su primer ministro —lo define un dirigente.

El poder en AFA lo amasan entre ellos en el piso 3 de Viamonte 1366. La disposición de las otras oficinas suele ser bastante ilustrativa: en ese mismo nivel también tienen sus oficinas Marcelo Achile (Defensores de Belgrano) y Victor Blanco (Racing), aunque éste no la usa. Pipo Marín (Acassuso) tiene dos: una en el segundo piso y otra en el sexto. Y Dante Majori (Yupanqui) en el séptimo. Javier Méndez Cartier (Excursionistas) y Luciano Nakis (Deportivo Armenio) no tienen lugar fijo, pero sí una incidencia creciente. Menos Blanco, todos pertenecen al Ascenso que subió al poder de la AFA con Tapia como líder.

A diferencia de Tapia, a Toviggino no lo reconocerían en casi ningún estadio —algo con lo que se siente a gusto—, pero es el hombre que administra y maneja el día a día de la AFA. Es una de las pocas personas que a Tapia no le dice Chiqui: lo llama “comandante”.

Toviggino arma y desarma la rosca política y los acuerdos tanto con dirigentes de clubes como con gobernadores de provincias. Si la excelente relación de Tapia con el gobernador de San Juan, Sergio Uñac, se explica por el ADN y lugar de nacimiento de Chiqui, la relación con el gobernador de Santiago del Estero, Gerardo Zamora, se explica por Toviggino. En estos años, Santiago, una provincia absolutamente periférica en el mapa futbolero, se volvió central: inauguró el estadio más moderno del país, tiene un club en Primera (Central Córdoba) y dos en segunda (Mitre y Güemes). Que la Selección haya festejado con la copa ahí es también parte de ese vínculo que se retroalimenta.

Quienes siguen el día a día de esas instituciones y del ascenso en general, observan algunas similitudes entre lo que sucede con los clubes de Santiago y lo que sucede con Barracas Central: un beneficio direccionado que a veces adquiere mayor visibilidad por algunos arbitrajes. En la AFA lo relativizan. Y exponen un argumento más ideológico que deportivo: “Los que se quejan de los árbitros ahora son los mismos clubes a los que los beneficiaron toda su historia”. Es una construcción de sentido que tiene algo de verdad, pero que no genera margen para cuestionamientos o autocríticas.

Entre el game over y la gloria eterna

El sticker llegaba por Whatsapp ante la pregunta sobre qué pasaría con Tapia al frente de la AFA: era un “game over” como el de los viejos videojuegos. El que estaba game over era él. La denuncia que había presentado Nueva Chicago ante la Inspección General de Justicia para impugnar su reelección apareció como el aspecto visible de una desestabilización que se aceleraba cuando la Selección estaba lejos de regalar alegrías colectivas. Era marzo de 2021, la pandemia impedía el normal funcionamiento de casi todo y el Chiqui había sido reelecto vía zoom hasta 2025 por unanimidad.

La denuncia de Chicago era mucho más que una denuncia. La presentación en la IGJ se había pergeñado en la quinta presidencial de Olivos entre Marcelo Tinelli —eterno opositor a Tapia y eterno candidato inconcluso a la AFA—, el presidente Alberto Fernández y algunos ex aliados de Tapia como Ferreiro, su vocero de lengua filosa que ayudó a que desembarcara en Viamonte, que de repente se fue de la AFA y que ahora empieza a arrimarse de vuelta.

Tapia había dejado heridos en varios ámbitos. Y eso creó las condiciones de posibilidad para un amague o una avanzada que, como en otros temas más importantes, el albertismo nunca concretó. El Presidente nunca validó la gestión de Tapia, a la que varias veces definió como “impresentable”. La aceitada relación de Chiqui con el Gobierno de la Ciudad —es vicepresidente de la CEAMSE postulado por la gestión de Horacio Rodríguez Larreta—, la extensión del contrato con Disney hasta 2030 que enfureció a Cristina Fernández de Kirchner y su vieja sociedad con Angelici hicieron crecer la desconfianza presidencial, quizás atizada por advertencias y comentarios de su viejo amigo Luis Segura, ex presidente de Argentinos Juniors, y también de Tinelli, a quien Alberto le asignaba todos los temas de fútbol hasta que renunció a San Lorenzo y a todo lo demás.

El game over lo tomaron como propio los más cercanos a Tapia, que admitían que el final podía estar cerca. Sin embargo, solo quedó en eso: en un desembarco que nunca se concretó. Nada es lineal, todo es complejo, sobre todo en la rosca política de dirigentes que oscilan de acuerdo a las conveniencias personales o de sus clubes. Pero Tapia salió airoso de esa embestida diagramada en Olivos por una serie de situaciones: porque trabó relación con el kirchnerismo —a través de Santiago Carreras— cuando las internas en el Frente de Todos empezaban a profundizarse, porque Tinelli nunca consiguió los votos que le había asegurado que tenía a Alberto, porque homologó el respaldo de los gobernadores que lo apoyan —y que ahora serán sede del Mundial Sub 20— y de muchos clubes del Interior, y porque a los pocos meses Messi levantó la Copa América tan ansiada.

Si aquellos días Tapia empezó a blindarse, un año y medio después, el 18 de diciembre de 2022, se canonizó. Unos días más tarde, con cinco millones de personas poblando las calles y autopistas para el festejo más grande del mundo, Tapia devolvió todos esos dardos presidenciales acumulados durante años en un puñado de minutos. Viajaba en el micro de los campeones y tenía una botella de champagne en la mano.

—Es un tipo humilde, ambicioso e inteligente y logró trasladar eso a la Selección —dice Daniel Vila, el empresario dueño del Grupo América y de Edenor que ahora volvió a presidir Independiente Rivadavia de Mendoza.

En su momento cumbre como dirigente —y con el rebote que eso implica en algunos aspectos de su vida privada—, Tapia también muestra contradicciones y complejidades, anuladas con solo mostrar el ancho de espadas que ni Julio Grondona paseó y exhibió tanto: la copa del mundo ganada en Qatar.

—Grondona era más cerrado. Chiqui en cambio es más participativo: atiende a todos, es solidario —compara Pipo Marín, un viejo grondonista que ahora se rinde ante Tapia.

Ni la creación repentina de empresas que luego son proveedoras de la AFA —Deportick, la flamante expendedora de entradas creada por el empresario teatral Javier Faroni es el caso más emblemático—, ni la opacidad de algunas financieras-sponsors que apadrina, ni el fantasma de los árbitros condicionados bajan al Chiqui del Olimpo al que lo llevó la Scaloneta.

—Hasta lo surreal le salió bien —dice un dirigente.

El multiverso de su cuerpo tatuado ya había empezado a redireccionarse en distintas líneas y planos. Todo en todas partes al mismo tiempo: ahora, su cara sanjuanina, la del basurero que llegó a presidente de la AFA campeona del mundo, se tatúa en otros cuerpos que descubrieron, en los días de Qatar, algo parecido a la felicidad.

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